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Carles Gorini

Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. El ferrocarril español también. Lo ocurrido las últimas semanas en las Cercanías de Barcelona ya pasó, de forma parecida, hace diecisiete años en Madrid.

Corría la primavera de 1989 y las obras de construcción de la línea de Alta Velocidad que debían unir Madrid y Sevilla quedaban lejos de la capital. Los trabajos discurrían más allá de Parla y las vías avanzaban hacia el sur, camino de Andalucía. Sólo la estación de Atocha dejaba traslucir lo que se estaba cociendo a lo lejos, su transformación para dar la bienvenida al nuevo tren simbolizaba un abrazo a la modernidad ferroviaria.

Pero tras su inauguración pintaban bastos. La prensa se hacía eco de las disfunciones que afectaban tanto a la circulación de los trenes como al servicio de información al viajero. Los motivos aparecían complejos, pero la decisión de dar cabida a los trabajos de la Alta Velocidad, y a los trenes de largo recorrido, en la misma estación en la que operaba Cercanías, estaba perjudicando más de lo esperado. Los viajeros, airados, llegaron a ocasionar desperfectos en un tren.

La reacción de Renfe no se hizo esperar y en el mes de julio, el por aquel entonces máximo responsable de RENFE, Javier Bustinduy, presentaba un plan de mejoras para las Cercanías de Madrid que preveía una inversión de 75.000 millones de pesetas para “acercarse a la rapidez y frecuencia de los ferrocarriles metropolitanos” (1)

En Barcelona también se ha decidido trabajar por la llegada de la Alta Velocidad menteniendo en la estación, esta vez Sans, los servicios de Cercanías y de Media y Larga Distancia. Se ha creído que no sucedería otra vez, pero los hechos son tozudos y se repite la misma historia. Tras el fiasco, ahora se presenta un plan de inversiones para mejorar el ferrocarril barcelonés en su conjunto. Si el resultado ha de ser el mismo que ha pemitido a Madrid disponer de una magnífica red de tren y metro, bienvenido sea este segundo tropezón.