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Carles Gorini

El apellido marca mucho, a veces demasiado. Como una losa en el caso del ferrrocarril español. Por más que se halle sumido en un proceso estructural de transformación, el nombre le sigue pesando. Y es que por más que quieran, los viajeros siguen viendo a Renfe y al ferrocarril como una misma cosa. Las vías, las estaciones, los trenes de viajeros y los de mercancías metidos en un mismo saco. Todo es la Renfe y, cuando va mal, ella es la culpable.
Pero las cosas ya no són así, y los mismos trabajadores de la Renfe de hoy, proponen un ejemplo clarificador para separar lo suyo de lo que pertenece al Administrador de la Infraestructura Ferroviaria (ADIF). “Si usted va en un autobús, y la carretera está llena de baches, y va mal, ¿le echará la culpa al conductor?. Verdad que no, pues aquí pasa lo mismo. La Renfe pone los trenes. La via, las estaciones, y lo demás lo debe asegurar el ADIF.â€
La separación entre la operadora de los trenes, y la plataforma que permite que circulen es sólo una de las mutaciones a las que está sometido el ferrocarril español. Hay otros cambios quizás menos visibles en este paisaje empresarial, pero que afectan profundamente al quehacer diario de sus empleados y que, algunos, lo están llevando como una piedra en el zapato. La modernización es uno de ellos. La introducción de modernas tecnologías es un factor que está revolucionando a este medio de transporte. A medida que el ADIF mejora las prestaciones de las líneas, como puede ser por la centralización de la circulación, deja sin sentido la existencia de un numeroso colectivo, este perteneciente a RENFE, que desde siempre había poblado las estaciones, y que ahora deberá aceptar nuevos destinos. “Es duro cuando llevas tantos años en un sitio, con la vida y la família arraigada, descubrir que te tienes que marchar†se lamenta un Jefe de Estación que prefiere conservar el anonimato. Ante la forzosa movilidad, la moral del personal se resiente “a veces nos vamos para ser substituidos por personal de contrata, sin la debida formación, que no pueden prestar la misma atención al viajero por falta de conocimientosâ€. También la nueva realidad del sector causa trastornos: “antes, si había cualquier incidencia, tan solo con pasar a la sala que está aquí detrás, donde estaba circulación, los compañeros nos decían dónde se hallaba el problema, y se podía informar. Ahora, hay que telefonear al CTC (control de tráfico centralizado) y esperar la contestación con los viajeros impacientes, y a veces, claro, hay nerviosâ€.
Y es que hoy unos pertenecen a Renfe y los otros a ADIF, dos empresas con unos objetivos diferentes, de las que el viajero al fin y al cabo, no tiene por qué saber cual es la piedra, y cual el zapato.