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Un pacto por el tren

Editorial. El Periódico, 27/11/2006
La opinión del diario se expresa solo en los editoriales. Los articulistas exponen posturas personales.

Los graves problemas de funcionamiento de la red de Cercanías de Renfe en Barcelona arrancan de una histórica falta de inversiones por parte del Estado, pero también de graves errores de planificación que vienen de muy atrás. Por eso sería ahora un error convertir esa deficiencia en una batalla entre administraciones.De hecho, el Estatut contempla el traspaso del servicio de Cercanías a la Generalitat, lo cual es de celebrar. Pero la infraestructura ferroviaria seguirá siendo propiedad y responsabilidad del Estado. Es decir, la Generalitat tendrá los trenes y el servicio, pero no las vías, por lo que la solución para los déficits de todo tipo que sufren las Cercanías no está tanto en el traspaso de competencias como en un pacto leal entre las distintas administraciones para hacer que ese servicio, esencial para la movilidad de decenas de miles de personas en Catalunya, esté a la altura de los tiempos.El dato de que en los últimos 20 años solo han sido construidos 9 kilómetros de vía en la red cercana a Barcelona –un desdoblamiento entre Arenys y Mataró– es suficiente para ilustrar el deterioro del transporte ferroviario de proximidad. Pero esa falta de inversión, íntegramente achacable a los distintos gobiernos centrales, no explica todo el problema. La falta de impulso al hecho metropolitano por parte de la Generalitat durante los gobiernos de Jordi Pujol o la prioridad dada por los ayuntamientos socialistas de Barcelona al coche frente al ferrocarril –las rondas de circunvalación frente al cierre de la estación de França– han contribuido a que las Cercanías hayan sido víctimas de una planificación equivocada. Ahora está claro que el futuro está en el ferrocarril.

Carles Gorini

Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. El ferrocarril español también. Lo ocurrido las últimas semanas en las Cercanías de Barcelona ya pasó, de forma parecida, hace diecisiete años en Madrid.

Corría la primavera de 1989 y las obras de construcción de la línea de Alta Velocidad que debían unir Madrid y Sevilla quedaban lejos de la capital. Los trabajos discurrían más allá de Parla y las vías avanzaban hacia el sur, camino de Andalucía. Sólo la estación de Atocha dejaba traslucir lo que se estaba cociendo a lo lejos, su transformación para dar la bienvenida al nuevo tren simbolizaba un abrazo a la modernidad ferroviaria.

Pero tras su inauguración pintaban bastos. La prensa se hacía eco de las disfunciones que afectaban tanto a la circulación de los trenes como al servicio de información al viajero. Los motivos aparecían complejos, pero la decisión de dar cabida a los trabajos de la Alta Velocidad, y a los trenes de largo recorrido, en la misma estación en la que operaba Cercanías, estaba perjudicando más de lo esperado. Los viajeros, airados, llegaron a ocasionar desperfectos en un tren.

La reacción de Renfe no se hizo esperar y en el mes de julio, el por aquel entonces máximo responsable de RENFE, Javier Bustinduy, presentaba un plan de mejoras para las Cercanías de Madrid que preveía una inversión de 75.000 millones de pesetas para “acercarse a la rapidez y frecuencia de los ferrocarriles metropolitanos” (1)

En Barcelona también se ha decidido trabajar por la llegada de la Alta Velocidad menteniendo en la estación, esta vez Sans, los servicios de Cercanías y de Media y Larga Distancia. Se ha creído que no sucedería otra vez, pero los hechos son tozudos y se repite la misma historia. Tras el fiasco, ahora se presenta un plan de inversiones para mejorar el ferrocarril barcelonés en su conjunto. Si el resultado ha de ser el mismo que ha pemitido a Madrid disponer de una magnífica red de tren y metro, bienvenido sea este segundo tropezón.

Kraftwerk

Escasez de maquinistas

Carles Gorini

La atención que se está prestando al ferrocarril en Catalunya ha permitido visualizar las numerosas carencias que lo afectan. La más difundida, y reconocida por el Presidente del Gobierno, es la falta de la inversión necesaria en infraestructuras, pero no es la única. Desde hace algún tiempo la insuficiencia de personal de conducción, de “maquinistas”, también se revela como un factor que afecta al servicio.

La plantilla de personal de conducción de los trenes de cercanías de Barcelona está aquejada de dos grandes males: la endémica carestía de su número y el envejecimiento progresivo del colectivo. Renfe se dispone a poner remedio.

El déficit de maquinistas, que puede cifrarse en un número entre veinte y cincuenta de un total de trabajadores cercano a los cuatrocientos, se viene solucionando por medio de lo que en el argot de los conductores se denomina “el parche”. Hacer un “parche” es trabajar los dias libres, con lo que la empresa consigue tapar el agujero de personal, y este se beneficia de un ingreso adicional por su trabajo. Esta situación es utilizada de forma efectiva por el colectivo, que a través de su sindicato SEMAF, puede ejercer mayor presión sobre Renfe en la negociación de sus intereses cuando estos deciden no cubrir las vacantes con los “parches”.

Por otra parte el envejecimiento del personal es otra debilidad del sistema. La media de edad del profesional de conducción en Barcelona se acerca a los cincuenta años. Los rigurosos controles médicos que efectua la empresa, combinados con la edad del colectivo, determinan que cada vez un número mayor de maquinistas esten en riesgo de causar baja, lo cual agrava, aun más, el déficit .

Conocedora del problema, Renfe convocó en enero plazas de maquinista. En este momento los aspirantes están finalizando el proceso de formación y se espera que pronto empiezen a prestar servicio. El sindicato SEMAF, a través de un comunicado, denuncia el método empleado por la empresa, y la forma en que los conductores deben responsabilizarse de los aspirantes en prácticas, y dudan que “quieran que lleguen a ser maquinistas, pues con esta formación quizás no lleguen a superar el examen para la obtención del título”. El sindicato califica el proceso como “un cúmulo de despropósitos que, por supuesto, SEMAF, no va a consentir”.

Espejismos

Un tren desciende por el paso del Albula, en Suiza.

Carles Gorini

Los medios técnicos que podían haber evitado el percance de la semana pasada en Sants, cuando un tren arrancó teniendo el semáforo en rojo, existen y estan ya en servicio en otras líneas del Estado.

Los medios técnicos disponibles en la actualidad pueden impedir que, por un error del conductor, una unidad de tren emprenda la marcha de forma indebida. Este sistema, conocido como LZB, se usa en el AVE Madrid-Sevilla desde su inauguración, y se encuentra instalado desde 1999 en la línea C5 de las Cercanías de Madrid. También Euskotren tiene en funcionamiento un sistema parecido, bautizado como Euroloop. El mecanismo en cuestión impide cuaquier acción del maquinista sobre la locomotora cuando las señales no están en la disposición adecuada, incorporando además otras funciones que incrementan la seguridad en la circulación.

Fuentes cercanas a Renfe han manifestado que la Gerencia de Cercanías de Barcelona, en colaboración con el ADIF, estudiaba desde hace algún tiempo la posibilidad de implantar el sistema de seguridad LZB. El principal obstáculo lo plantea la multiplicidad de tipos de trenes que circulan por los túneles de Barcelona. Cercanías, Regionales, Media y Larga Distancia componen el parque ferroviario que rueda por el subsuelo de la ciudad.

Cuando el nuevo túnel del AVE entre en servicio conllevará especializar los dos restantes, el de Catalunya y el de Passeig de Gràcia, para Cercanías.
La instalación de estos modernos mecanismos permitiría mejorar las frecuencias de paso, con trenes cada tres minutos, incrementado la capacidad total de los túneles en un veinte por ciento.

No son viajeros

Carles Gorini

Parece que se ha cumplido aquello de morir del éxito. El ferrocarril ha vuelto con fuerza y ha pillado a algunos desprevenidos, a los que debían administrar la infraestructura y a aquellos que debían disponer los medios para el transporte. Demasiada exigencia para tan flacas previsiones.

Los viajeros, con razón, sienten defraudadas la expectativas depositadas en un medio de transporte que pretendía presentarse renovado, sostenible y democrático.
Pero más allá de las demandas de quienes se sienten damnificados, la falta de previsión, y de un calendario adecuado de inversiones, es una cuestión que afecta, no solo a los que utilizan a diario el ferrocarril como instrumento para solucionar sus necesidades de mobilidad obligada, sino a todo el territorio.

La geógrafa Carme Miralles, Directora del Institut d’Estudis Regionals i Metropolitans (IERM), lamenta que se investigue poco lo que cuesta socialmente carecer de conectividad, sobre todo por lo que respecta al ferrocarril. “Es un campo poco estudiado por los economistas, en el que deberíamos avanzar para conocer ese valor”. El IERM posee la radiografía de los hábitos de los ciudadanos de la Región Metropolitana de Barcelona en los últimos veinte años. En este momento se trabaja en una encuesta de movilidad que afecta a toda Catalunya, basada en los datos que proporcionarán cien mil encuestas telefónicas, “una información de la que nunca se había dispuesto en este país” afirma su directora.

La realidad del tren se presenta como un teatro en el que conviven tres anchos de via, diferentes gálibos, y líneas que no conectan entre sí. Es la herencia del siglo XIX, el ferrocarril que crearon los capitalistas de la Febre D’Or para satisfacer sus necesidades especulativas. Así se recibió y se ha mantenido, con la única adaptación de su funcionalidad, a partir de los años ochenta del siglo XX, que consistió en pasar del concepto de líneas al de red. Hoy numerosas ciudades maduras y consolidadas de la corona metropolitana siguen sin conexión ferroviaria. Cuando Barcelona acometió la transformación olímpica perdió una oportunidad, porque “no vio al ferrocarril como un sistema de futuro, como el transporte del siglo XXI, ya que en esos años el concepto de movilidad se basaba en el transporte privado, ante la ausencia de conceptos como sostenibilidad, cambio climàtico o la sensibilidad por la preservación del entorno” puntualiza Carme Miralles.

Ante esta situación y frente a la cadena de incidentes acaecidos en las últimas semanas, la panacea parece ser proponer y construir un buen número de nuevas líneas, una cuestión que sin duda, levantará polémica entre aquellos que deban ceder el paso a las nuevas infraestructuras. Como receta para evitar el conflicto, Miralles propone “que se dialogue con el territorio para elaborar las propuestas de forma conjunta, porque según en la forma que se construya el resultado puede ser muy diferente”.

No solo es el ferrocarril el que se transforma, la sociedad que lo utiliza se encuentra también inmersa en una revolución de sus necesidades de transporte. “La demanda de movilidad aumenta significativamente a un ritmo del 4% anual, aunque dicha demanda es altamente volátil. La gente cambia de trabajo, y por tanto de ubicación laboral, con rapidez , al contrario de lo que sucede con la vivienda, cada vez más fijada en razón de los largos plazos con que se contratan los créditos hipotecarios” . Para Carme Miralles lo que relaciona a estos dos sistemas desiguales es el desplazamiento, que como consecuencia entrará en tensión.

Una buena red de transportes públicos facilita las oportunidades, aunque no solo eso influye, también lo hacen aspectos como el modelo urbanístico. En cuanto al hábito de pasar a las capitales por el mismo rasero Miralles es contundente “El error es comparar el número de quilómetros de la red sin relacionarlos con la ciudad real. Madrid representa un modelo urbanístico disperso, hasta el extremo que aun con disponer de una red extensa y eficaz, no le es suficiente”, y concluye “nosotros aquí hemos planificado mejor, mucho mejor.”

Carles Gorini

El apellido marca mucho, a veces demasiado. Como una losa en el caso del ferrrocarril español. Por más que se halle sumido en un proceso estructural de transformación, el nombre le sigue pesando. Y es que por más que quieran, los viajeros siguen viendo a Renfe y al ferrocarril como una misma cosa. Las vías, las estaciones, los trenes de viajeros y los de mercancías metidos en un mismo saco. Todo es la Renfe y, cuando va mal, ella es la culpable.
Pero las cosas ya no són así, y los mismos trabajadores de la Renfe de hoy, proponen un ejemplo clarificador para separar lo suyo de lo que pertenece al Administrador de la Infraestructura Ferroviaria (ADIF). “Si usted va en un autobús, y la carretera está llena de baches, y va mal, ¿le echará la culpa al conductor?. Verdad que no, pues aquí pasa lo mismo. La Renfe pone los trenes. La via, las estaciones, y lo demás lo debe asegurar el ADIF.”
La separación entre la operadora de los trenes, y la plataforma que permite que circulen es sólo una de las mutaciones a las que está sometido el ferrocarril español. Hay otros cambios quizás menos visibles en este paisaje empresarial, pero que afectan profundamente al quehacer diario de sus empleados y que, algunos, lo están llevando como una piedra en el zapato. La modernización es uno de ellos. La introducción de modernas tecnologías es un factor que está revolucionando a este medio de transporte. A medida que el ADIF mejora las prestaciones de las líneas, como puede ser por la centralización de la circulación, deja sin sentido la existencia de un numeroso colectivo, este perteneciente a RENFE, que desde siempre había poblado las estaciones, y que ahora deberá aceptar nuevos destinos. “Es duro cuando llevas tantos años en un sitio, con la vida y la família arraigada, descubrir que te tienes que marchar” se lamenta un Jefe de Estación que prefiere conservar el anonimato. Ante la forzosa movilidad, la moral del personal se resiente “a veces nos vamos para ser substituidos por personal de contrata, sin la debida formación, que no pueden prestar la misma atención al viajero por falta de conocimientos”. También la nueva realidad del sector causa trastornos: “antes, si había cualquier incidencia, tan solo con pasar a la sala que está aquí detrás, donde estaba circulación, los compañeros nos decían dónde se hallaba el problema, y se podía informar. Ahora, hay que telefonear al CTC (control de tráfico centralizado) y esperar la contestación con los viajeros impacientes, y a veces, claro, hay nervios”.
Y es que hoy unos pertenecen a Renfe y los otros a ADIF, dos empresas con unos objetivos diferentes, de las que el viajero al fin y al cabo, no tiene por qué saber cual es la piedra, y cual el zapato.

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